“Come poco y cena más poco, que la salud de
todo el cuerpo fragua en la oficina del estómago”.
Palabras de Don Quijote de la Mancha a Sancho Panza,
Miguel de Cervantes Saavedra.
En el libro “Curso de Medicina Natural en cuarenta lecciones”, de Eduardo Alfonso, se hace referencia a que “la sobriedad es una de las condiciones esenciales de la buena salud”. Así es como el organismo se mantiene fuerte y resistente ya que el exceso de comida “que sobrepase las capacidades de asimilación, no consigue sino recargar el organismo de productos tóxicos” que lo obligan a hacer grandes esfuerzos para ser eliminados, dificultando el proceso nutritivo.
Alfonso nos advierte que la comida excesiva es un importante factor de intoxicación y acidificación orgánica y es por esto, que aconseja que “no se debe comer sin tener hambre”, el organismo no podrá elaborar correctamente el alimento, “y la comida inoportuna dará lugar al envenenamiento de los humores”
Hoy tuve un “festejo” y me percaté que la organización rondó en torno de la comida, la “comida” que daban cuenta del festejo eran papitas, palitos, chizitos, gaseosas y torta de chocolate.
En un momento me pregunté como se podría proponer algo diferente en una situación así, y sentí el rechazo que eso podría generar. Esta alimentación inadecuada, prácticamente venenosa, por decir, “anormal” es percibida como lo distintivo del rito de festejar, es lo que se normalizó.
Lo normal es darle a los chicos golosinas y luego quejarnos de que no aceptan las frutas. Lo normal parecería que un evento se la organice en función del menú, que su mejor calidad esté ligada a un menú ostentoso y sabroso, que se olvide el motivo, el vínculo, el juego, la fiesta, el encuentro.
Una vez más tengo la certeza de la necesidad de ir a la simpleza. Ante mi falta de claridad, presiento que no se puede “nivelar para abajo” como solución. Si el mundo “está patas para arriba”, no sirve que para “encajar” hagamos más de lo mismo...
Sé que algunos términos e ideas que utilizo en mis consultas producen sensaciòn de rareza, por no ser convencionales, tal vez la relación que establezco entre la alimentación, la mente y el espíritu, ciertas formas con las que comulgo, ciertos modos de los que me alejo, generan esa extrañeza en algunas personas.
Me he debatido sobre esto en las consultas profesionales, saber si tengo que hacer una especie de proselitismo con mis pacientes para que les caiga bien, “para que sigan viniendo”, para que no huyan frente a algunas miradas sobre lo que ellos tienen normalizado. Por ahora he llegado a la conclusión de que ciertas ideas que marcan posicionamientos de cómo abordar este problema que se expresa en la alimentación pero que no se reduce a la alimentación, no debo cambiarlos o adaptarlos para caer bien.
Ciertamente, debo aprender mucho en la transmisión, para que mi mensaje (que no necesariamente es mío) que es de un profundo amor y de un profundo cambio no produzca un efecto contrario al que pretende. Tal vez, en este camino de aprendizaje, me lleve a perder algunos pacientes, pero creo que sería un grave error sobreadaptarme a lo que está “normalizado”, hacer más de lo mismo.
Para que las cosas cambien en forma favorable se necesita el compromiso de actuar diferente y eso no se hace posible si nos reproducimos con miedo al rechazo, sin capacidad de mover una sola pieza de la forma conocida que nos condujo al lugar donde estamos y del cual queremos salir.
Es simple: salgo de mi casa y siempre tomo el camino que me lleva a una zona oscura, por la que no quiero transitar. Insistentemente paso por la situación, pero no quiero cambiar de camino. Quiero hacer todo igual, pero llegar a otro lado y llego a esta zona oscura, otra vez.
No es muy distinto a lo que hacemos cuando sostenemos festejos y relaciones basadas en toxemias como punto de unión y complicidad en el encuentro. Si no tomamos otro camino, no vamos a llegar a buen puerto.